En una columna publicada recientemente en este sitio,[1] Carlos Riquelme nos planteaba que en las movilizaciones sociales vividas por nuestro país durante los últimos años “escasamente se han puesto en el centro del conflicto las condiciones de los trabajadores”. En esa misma línea habría que agregar que muchas veces, cuando se logran poner en el centro del conflicto las condiciones de trabajo, éstas son circunscritas a las condiciones salariales y contractuales de empleo. Asunto que no debiera extrañarnos, si consideramos que el 75% de los trabajadores chilenos recibe un salario mensual menor a 250 mil pesos[2] y que menos de la mitad de los puestos de trabajo cumplen con los requisitos mínimos para ser considerados empleos protegidos (contrato escrito indefinido, liquidación de sueldo, horario, pago de cotizaciones para salud y pensión, seguro de desempleo)[3].
«Actualmente,
ante las nuevas
formas que ha
tomado este
sistema
económico,
varios autores
críticos
invitan a
pensar si el
proceso de
acumulación no
tiene también
dimensiones
cognitivas y
subjetivas»
El tema que queremos plantear en esta columna es que la extrema precariedad que vivimos respecto de estas condiciones hacen difícil apreciar una serie de fenómenos complementarios que en conjunto impactan en la vida cotidiana de los trabajadores.
Es sabido que el capitalismo, entre otras cosas, es básicamente la organización racional del proceso de producción de plusvalía y acumulación a partir de la energía de los cuerpos en el trabajo. Actualmente, ante las nuevas formas que ha tomado este sistema económico, varios autores críticos invitan a pensar si el proceso de acumulación no tiene también dimensiones cognitivas y subjetivas[4]. Una de las tesis que se sustenta al respecto es que la organización del trabajo cumple también un objetivo en sí mismo de modificación de la vida cotidiana, los cuerpos y la subjetividad de la clase trabajadora.
Se trata de una reflexión compleja y abierta que en ningún caso podemos profundizar en esta columna. Más bien aludimos a ella para dar una perspectiva amplia a la necesidad de observar las condiciones cotidianas y subjetivas en que nos desenvolvemos en el mundo del trabajo. Las ciencias sociales no cuentan aún con categorías de análisis certeras en ese sentido, y es necesario complejizar y articular distintas perspectivas de investigación y acción política para generar más conocimiento al respecto.
Si bien existen autores que han investigado estos problemas desde distintas miradas, la tradición de estudio que más se ha difundido al respecto, no por cierto la más crítica, es la de “salud ocupacional”. Con casi cuatro décadas de trayectoria, esta perspectiva suele enmarcarse en una mirada médica, epidemiológica y objetivista, centrando sus análisis en las condiciones de trabajo que afectan el bienestar y la salud. Pese a las limitaciones que presenta el enfoque de análisis muchas veces por su tibieza, la evidencia que entrega puede ser un punto de apoyo para las reflexiones que estamos sugiriendo.
«En nuestro país
los estudios
al respecto son
recientes y
dispersos, pero
avalan ya la
idea del peso
enorme que
tiene la
relación entre
salud y
trabajo. Un
tímido avance
en el ámbito
ha sido la
“validación”
de tres
instrumentos
de evaluación
de estas
condiciones
laborales por
parte de la
Superintendencia
de Seguridad
Social y del
Ministerio de
Salud»
La salud ocupacional, en su búsqueda de los aspectos del trabajo que afectan negativamente el bienestar humano, las ha dividido operacionalmente, por un lado, en condiciones materiales de trabajo (salarios, infraestructura, exposición a riesgos materiales y medibles), y por otro lado, en condiciones psicosociales del trabajo. Hoy podemos definir las últimas como aquellas relacionadas con la forma en que se organiza el proceso de trabajo, así como las relaciones laborales y de poder que se establecen en las instituciones entendidas como locales de trabajo[5].
En esta línea, las condiciones psicosociales más estudiadas en el último tiempo, y que sugieren las proyecciones más interesantes, han sido por lo menos seis: a) las demandas del trabajo (carga de trabajo, complejidad y variedad de tareas, distancia entre las tareas prescritas y las tareas reales, posibilidad/imposibilidad de cumplir los objetivos encomendados; ambigüedad y contradicción entre las tareas); b) el control sobre el proceso de trabajo (autonomía y posibilidad de decidir acerca del contenido y el proceso de trabajo, así como sobre las decisiones estratégicas de la organización); c) el apoyo social en el trabajo (apoyo instrumental y socio emocional de parte de jefaturas y de pares); d) la significatividad del trabajo (posibilidad de atribuirle al trabajo objetivos que vayan más allá del hecho de estar empleado y recibir salario); e) la doble carga (apoyos o restricciones de parte de la institución para asumir la carga de trabajo doméstico y familiar que tienen, especialmente aunque no exclusivamente, las trabajadoras); y f) el acoso y violencia en el trabajo.
La investigación de las últimas décadas, fundamentalmente en Europa, acumula evidencia contundente acerca de la influencia de estos factores sobre el malestar y la enfermedad entre aquellos que padecen cotidianamente sus efectos. En nuestro país los estudios al respecto son recientes y dispersos, pero avalan ya la idea del peso enorme que tiene la relación entre salud y trabajo. Un tímido avance en el ámbito ha sido la “validación” de tres instrumentos de evaluación de estas condiciones laborales por parte de la Superintendencia de Seguridad Social y del Ministerio de Salud: El cuestionario SUSESO/ISTAS 21 de evaluación de riesgos psicosociales en el trabajo (2010)[6], el instrumento de evaluación de medidas para la prevención de riesgos psicosociales en el trabajo (2012)[7] y el reciente Protocolo de vigilancia de riesgos psicosociales en el trabajo del Ministerio de Salud (2013)[8]. Podríamos agregar que existe un esfuerzo de articular investigaciones al respecto, cuestión que se ha visto reflejada en iniciativas como la Encuesta Laboral[9], la primera Encuesta Nacional de Empleo, Trabajo, Salud y Calidad de vida de los Trabajadores y Trabajadoras en Chile[10] y la Red de Empleo, Trabajo Salud y Equidad de FLACSO[11].
Más allá de estos hechos prometedores, sabemos que de poco sirven las encuestas, protocolos, estudios y orientaciones legales si no existen organizaciones de trabajadores que luchen por mejorar sus problemáticas de salud psicosocial, y un primer paso es lograr reconocerlas y asignarles la importancia que tienen. Para ello es necesario atrevernos a conversar acerca de las situaciones laborales que nos afectan día a día y que impactan negativamente sobre nuestra salud, nuestros cuerpos y nuestras relaciones sociales. Solo así será posible plantear, ojalá más temprano que tarde, procesos de lucha y conocimiento que nos lleven a reapropiarnos de estas dimensiones fundamentales y olvidadas del trabajo asalariado.
[1] https://cipstra.cl/webantigua/un-nuevo-dia-del-trabajador-entre-la-espada-de-la-ciudadania-y-la-pared-del-rol-historico-de-los-trabajadores/
[2] Según la encuesta CASEN 2009.
[3] Patrizio Tonelli “La desprotección laboral y la salud de los trabajadores un tema no resuelto”.
[4] Al respecto se pueden revisar los argumentos de Marco Raul Mejía, Felix Guattari, Toni Negri, Mauricio Lazzaratto y otros.
[5] Al respecto ver en informe del Comité Mixto OIT- OMS, 1986. Realizamos un breve análisis al respecto en Cornejo y Parra (2010) Las condiciones psicosociales del trabajo docente, en Andrade, D.; Cancella, A. y Fraga, L. “Dicionário trabalho, profissão e condição docente”. Universidad Federal de Minas Gerais.
[6] http://www.suseso.cl/OpenDocs/asp/pagDefault.asp?argRegistroId=2060&argInstanciaId=214
[7] http://www.ispch.cl/sites/default/files/instrumento_de_evaluacion_de_medidas_para_la_prevencion_de_riesgos_psicosociales_en_el_trabajo.pdf
[8] http://www.minsal.cl/portal/url/item/e039772356757886e040010165014a72.pdf
[9] http://www.dt.gob.cl/documentacion/1612/w3-article-101347.html
[10] http://www.isl.gob.cl/?p=3106
[11] http://redsaludytrabajo.cl/