Trabajo y género (I): La distinción de género en el mundo del trabajo

 

(La serie de columnas que presentamos a continuación tiene como objetivo dotarnos de un marco introductorio para abordar el problema del género -específicamente las mujeres- y el trabajo remunerado. La necesidad de profundizar en estas distinciones surge no sólo para nuestra propia formación, sino también porque CIPSTRA se encuentra llevando a cabo una investigación que aborda estos temas. Pero también porque pensamos que no es posible pensar en cambiar las estructuras de explotación capitalista si hombres y mujeres no le hacemos frente en iguales condiciones. Lo primero que intentaremos será responder a la pregunta de qué entendemos por género, y cuáles son los cuestionamientos más comunes que surgen de este problema en la sociedad chilena actual. La segunda columna indagará en el vínculo que existe entre la forma en que concebimos el ser mujer y el trabajo remunerado, así como el modo en que las mujeres han sido sistemáticamente invisibilizadas en sus labores. En una tercera columna, por último, proponemos un eje de análisis para comprender la relación entre la división social  y sexual del trabajo.)

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La distinción de “género”

¿Qué es lo que nos define como hombres o como mujeres? Sin lugar a dudas esta pregunta ha sido muchas veces hecha y vuelta a hacer. Más allá de los problemas filosóficos que se pueden realizar en torno a estas dos versiones biológicas del ser humano y de la complementariedad entre ellas, los cuestionamientos suelen ir enfocados a la valoración de esta diferencia. La cuestión básica entonces es ¿desde qué lado es que se construye una masculinidad que es superior a la femineidad? No digo nada nuevo en la literatura especializada si recuerdo el vínculo existente entre la visión masculina- racional –autoritaria y una cultura occidental capitalista sumamente enfocada en el problema productivo (y en el trabajo productivo-remunerado) que vive en un tiempo lineal[1].

En el otro extremo estarían paradigmáticamente las vivencias de tipo subjetivo, con lógicas horizontales y donde la preminencia del trabajo reproductivo y los ciclos femeninos recuerdan la relevancia del tiempo cíclico.  No obstante, la hegemonía de esta primera manera de entender el mundo es evidente: las tierras siempre deben ser productivas, las personas y máquinas así como procedimientos deben ser lo más eficiente, los/as trabajadores/es siempre deben trabajar lo más posible, etc. Y aun más, vivimos en una sociedad donde el dios padre todo poderoso creador del cielo y la tierra es… ¡hombre! Así es, el dios fértil es masculino. Esas pequeñas paradojas de la vida, las mujeres tienen hijos/as pero fueron creadas por un hombre.

En otras palabras, existe un hecho innegable, y es que los hombres y las mujeres somos distintos y sin esa distinción no habría sociedad posible en el tiempo. No obstante, de alguna manera, históricamente esta diferencia ha conllevado la sobrevaloración de los hombres en desmedro de las mujeres. Más que intentar explicar por qué ha ocurrido esto[2], quisiera traer a colación el concepto de género en oposición al concepto de sexo como usualmente se lo refiere. En términos simples, por sexo nos referimos a aquello que es fisiológico, biológico e inherente en esta distinción en los seres humanos. Sin embargo, las distintas culturas del mundo han elaborado diferenciadamente las consecuencias que ello conlleva: formas de pensar, de sentir, valores, normas, actitudes, características sociales, etc. A las culturas donde las mujeres somos conocidas por ser sentimentales, se contraponen otras donde las mujeres son las frías y las serias. En ese sentido, el concepto de género busca dar cuenta de cómo estas elaboraciones de lo que es el sexo (en términos fisiológicos), varían en tiempos y espacios. Así, mientras hoy en día no gustar del fútbol es considerado menos masculino que gustar del ballet, y la homosexualidad sigue siendo un tabú; en la Grecia antigua el amor como hoy lo conocemos era reservado en muchos casos para los hombres con hombres, y el sexo reproductivo era lo que se buscaba con las mujeres.

Es decir, aquellas ideas de que las mujeres son más cariñosas que los hombres, o que los hombres son más racionales que las mujeres, corresponden a juicios en torno a características culturales que otorgamos a los sexos. Si creemos que las mujeres deben estar a cargo del hogar, entonces desde pequeñas se les enseñan las habilidades necesarias, si deben criar personas, se las enseña para eso (paciencia, entrega, sacrificio, cariño, rigor, cuidado). Contrariamente los hombres aprenden cómo realizar distintas reparaciones en la casa. Lo que tenemos, antes que una esencia de masculino o femenino, es una sociedad que reproduce las creencias y prácticas de manera que forma hombres y mujeres en base a lo que éstos han sido en generaciones anteriores. Totalmente circular y redundante. Somos así porque así nos hemos criado, porque así hemos aprendido. El carácter cultural de nuestras connotaciones sobre los sexos, se evidencia al contrastar maneras distintas de criar, de pensar, de mirar, de aprender entre países tan lejanos como Hawai y Bolivia o Chile y Japón. Vale decir que no hay una manera única y natural de ser hombres o mujeres.

En este sentido es que el concepto de género entra en distinciones útiles pues nos adentra en la discusión en torno a qué características definen a una persona como hombre y cuáles a una como mujer. Esto permite cuestionar las versiones más tradicionales donde hombres y mujeres deben reproducirse, frente al problema – tan señalado por la derecha conservadora- de la homosexualidad por ejemplo. ¿Es una forma de “ser menos” hombre o menos mujer? ¿Es posible ser menos seres humanos por preferencias sexuales? O si son las características psicológicas las que nos definen, ¿qué pasa con los hombres a los que no les gustan los deportes rudos, ni la violencia, que son sensibles y lloran con frecuencia? ¿Qué pasa con  las mujeres que no quieren tener hijos y con las que no los pueden tener? ¿Qué lugar ocupan los transexuales?

Todas estas preguntas buscan de alguna manera tener respuesta con este concepto. De este modo, género se entiende como el sexo socioculturalmente construido. Socialmente construido porque para conformarnos como lo que somos es fundamental el triple encuentro entre lo mismo y lo otro. La identidad se construye también por diferencia en las relaciones entre mujeres con mujeres, hombres con hombres y mujeres con hombres.

¿De qué sirve un concepto para trabajar la discriminación? Pues bien, desnaturalizando las visiones en torno al tema somos capaces de pensar otras maneras de relaciones entre géneros, donde ser mujer no implique ganar menos dinero por el mismo trabajo que realiza un hombre, ni ser tildado de “maricón” o de “poco hombre” porque a un hombre le gusta el ballet o abraza a sus amigos. Además, este concepto permite repensar el modo en que las mujeres se insertan y se han insertado tendencialmente al mundo laboral y las complejidades que esto supone. Así, se abren formas complementarias a las hegemónicas y ello permite incluso pensar sociedades diferentes porque no hay que olvidar que cuando hablamos de géneros también hablamos de la división sexual del trabajo[3].

Para cerrar entonces, quisiera reflexionar en torno a lo anterior. Ser hombres y ser mujeres. Una cuestión que no tendría por qué afectarnos particularmente. Claramente hay cosas diferentes así como las hay comunes. Sin embargo, es impresionante la cantidad de problemáticas que se derivan de las constricciones que nos vamos poniendo tanto sexuales (las heterosexualidad como norma) como sociales (los hombres son proveedores, las mujeres cuidadoras).

En lo relativo a la discriminación social y laboral, en términos de las vivencias de las mujeres que quedan embarazadas y son dejadas por sus parejas, o incluso en la construcción de las mismas parejas: hombres se desligan del proceso de la crianza sobre-exigiéndose en su desempeño laboral (son proveedores y no hay nada peor que un hombre que no puede sustentar a su familia) y mujeres, a su vez, ante todo cuidadoras y responsables absolutas de la crianza de los/as hijos/as, muchas veces sobrepasadas por la incontable cantidad de tareas que implica el menos preciado (y nunca remunerado) trabajo doméstico. Este proceso de sobre-involucramiento en un área y des-involucramiento en otra genera en la pareja una sensación de sobrecarga que imposibilita relaciones más honestas, libres y menos empaquetadas. Si ambos tienen disposición para todas las tareas, las predilecciones propias y los contextos hacen el resto y hay más flexibilidad para enfrentar la vida y más opciones por cierto. En fin, dado que este tema permite múltiples enfoques y temas, la próxima columna abordará el problema de la división sexual del trabajo y el género, para ir delimitando los criterios generales y los aspectos relevantes para comprender la relación entre género y trabajo.

 

[1] La literatura especializada en temas de género ha identificado en la oposición público/privado, trabajo remunerado/trabajo doméstico, o trabajo productivo/trabajo reproductivo, etc., características que diferencian paradigmáticamente a hombres de mujeres sobre todo en la división tradicional del trabajo sexual (como señalan estudios desde Simone de Beauvoir, pasando por Joan Scott, Teresita de Barbieri, Pierre Bourdieu, y hasta Judith Butler o Ximena Valdés, Sonia Montecino, etc.). Como bien señala Díaz (2004): “La jornada laboral de tiempo completo continúa sustentándose en una división sexual del trabajo basada en la diferencia sexual que asigna a las mujeres el trabajo reproductivo. El modelo de familia se basa en un padre “proveedor” que trabaja por un salario familiar y una madre cuidadora, responsable del trabajo doméstico y de las tareas de cuidado de las personas” (Díaz,  X. (2004), “La flexibilización de la jornada laboral” en Todaro, R. y Yáñez, S. (eds.)(2004) El trabajo se transforma. Relaciones de producción y relaciones de género CEM, Santiago de Chile). Asimismo, otros estudios identifican formas particulares de organización femenina que señalarían características innatas de las mujeres: “collective decentralized decisión-making, non hierarchical meeting models, and a slow building of interpersonal worker-to-worker networks. It also often included a less confrontational approach to the employer, with a tendency toward partnership models of labor relations.” (Cornell University, 2010. Is there a Women’s way of organizing? Recuperado de http://www.ilr.cornell.edu/laborPrograms/upload/Cornell-womens-way-of-organizing_revised_Layout-2.pdfPp. 9).

[2] Para eso recomiendo leer algunos de los autores citados en el pie de página anterior.

[3] El vínculo entre la división sexual del trabajo y la división social del trabajo, es materia de una próxima columna para revisarlo con más profundidad.