Cuando se habla de mujer y trabajo remunerado en la actualidad pareciera imposible referirse a alguna idea nueva, las cifras de tantos estudios (ENCLA (2008-2011), OIT[1], PNUD, ENETS, etc.) ya han sido mil veces citadas y el mensaje “las mujeres se insertan menos y en peores condiciones laborales que los hombres” se escucha una y otra vez. De ahí que hablar sobre la inequidad tanto vertical (entre mujeres cuando desempeñan distintas ocupaciones jerárquicamente comparables) como horizontal (entre hombres y mujeres desempeñando los mismos trabajos), no sea una gran novedad.
Sin embargo, y muy a pesar de los cientistas sociales que indagamos sobre el famoso “sentido común” de nuestra sociedad, la mayoría de las veces se aborda sólo la superficialidad de este problema sin ir más allá de lo aparente. ¿Las mujeres ganan menos trabajando en peores empleos y más precarizadas que los hombres porque eventualmente serán madres y esto conlleva un costo adicional? ¿Ganan menos y están más precarizadas porque llevan menos de 50 años saliendo de manera más notoria al espacio público y tienen menos experiencia? ¿O es que sus habilidades innatas son las requeridas para realizar empleos poco calificados y por lo tanto mal remunerados?
No es de extrañar que una cultura mayoritariamente machista aluda a razones como las anteriores para justificar de alguna manera la existencia de enormes brechas de género en el ámbito laboral. Las mujeres son muy buenas para todo lo que tenga que ver con socializar y cuidar[2]: son naturalmente buenas para atender enfermos y entonces pueden ser enfermeras; para enseñar porque tienen paciencia –y entonces son profesoras o paradigmáticamente párvulas-; o tienen muy desarrollada la habilidad de la conversación y la atención, entonces nada mejor que trabajar en el área del comercio y atención al público. Y para qué hablar de la capacidad de organización y planificación (que toda dueña de casa ha de dominar), que lleva directamente a las mujeres a ocupar puestos de secretarias y desempeñarse brillantemente en ellos. Y dado que esas habilidades son innatas, y no han invertido tiempo, dinero o energías en ello, estos son empleos mal remunerados tanto porque pueden exigir poca calificación, como porque son subvalorados en términos de estatus social. ¿Qué mejor ejemplo que la discriminación de los médicos, en términos genéricos, para con las enfermeras? Cuestión de prestigio social y, como ya se decía, del sentido común en el que nos desenvolvemos. Incluso, en profesiones distintas a las nombradas, se espera que sean las mujeres las líderes emocionales y contenedoras de los grupos laborales.
Quizás alguien crea que esto está muy lejos de la realidad y que hoy las mujeres tienen todas las posibilidades y han visto diversificados los rubros en donde pueden emplearse. No obstante, los estudios contemporáneos[3] dan cuenta de la actualidad de afirmaciones de hace diez años donde dentro de las creencias más extendidas aparece el trabajo remunerado de las mujeres como un requerimiento económico familiar. Estudios del SERNAM[4] dan cuenta de que más del 50% de los/as encuestados/as, en el 2000, está de acuerdo con la afirmación “una mujer es mejor esposa y madre si emplea la mayor parte de su tiempo con su familia y tiene pocos intereses fuera del hogar”[5]. En otras palabras, la prioridad de las mujeres debe ser el cuidado infantil, otorgándose gran valor cultural a la tarea de educadoras de los/as hijos/as. Este es sin duda un compromiso “fundamental, no negociable y se debe priorizar por sobre los intereses profesionales”[6]. De ahí entonces que en la vida femenina aparezca la maternidad como la máxima realización y principal fuente de satisfacción, lo que se reafirma en tanto en esa misma encuesta, la adhesión a esta idea es de un 94%. Incluso la maternidad se concibe como sagrada permitiendo la plenitud de las mujeres: “Las mujeres de sectores populares insisten aún más; para ellas, ser mujer es ser madre. Por otro lado, los hombres atribuyen también a la maternidad el carácter de experiencia que articula y da sentido a la vida de las mujeres”[7].
En este contexto, podemos pensar en una mejoría de las posibilidades: más empleos en una diversidad mayor de áreas. Concedido, ¿mejorías de fondo? Dudoso. Es lo mismo que la situación de los jóvenes y la educación: las posibilidades de estudiar pueden estar, pero nadie asegura calidad. Chile vive lo que Mattelart & Mattelart en el año 68, llamaron “tradicionalismo moderno” en su libro “La mujer chilena en una nueva sociedad: un estudio exploratorio acerca de la situación e imagen de la mujer chilena”. Este concepto resalta el hecho de que la división sexual actual del trabajo no logre compatibilizar con los cambios que supone “la modernidad”: las mujeres todavía se llevan la carga del cuidado y de la organización, mantención y orden de la vivienda familiar –además de emplearse.
¿Qué es lo que pasa entonces con las “pobres mujeres esclavizadas” por un mundo machista y patriarcal? Pues bien, lo que aquí resalta es una matriz cultural que funciona en todas las direcciones: son las relaciones cotidianas de género, una crianza particular, oportunidades para unas y no para otras lo que constituye formas de pensamiento y, por supuesto, acciones y prácticas cotidianas.
Así, cuando se habla de “mujer moderna”, se habla de una “supermujer” que todo lo puede porque sigue ligada al esquema materno tradicional en donde es “aquella capaz de combinar armoniosamente la maternidad con el trabajo. A sus roles habituales de madre y esposa, se le suma ahora el rol laboral. Una vez más, se cambia la forma pero se mantiene el contenido”[8]. Lo fundamental entonces es ampliar las perspectivas de análisis frente a los problemas de género: las relaciones sociales se parten cambiando en la casa, al interior de los espacios de trabajo y de las organizaciones laborales, etc. Las mujeres tienen una capacidad reproductiva biológica innegable que vista desde el capitalismo no es sino un costo adicional en cuanto mano de obra; sin embargo, visto desde la perspectiva de las mismas mujeres y en su relación con los hombres, es importante desnaturalizar la función de madres donde se constituyen mujeres-madres incapaces de competir con sus habilidades generales con el género masculino.
En este sentido, programas gubernamentales, y discriminaciones positivas poco pueden lograr en cuanto a equiparar las condiciones entre hombres y mujeres, si por otro lado, no hay un desarrollo de una conciencia general que permita cuestionar de manera crítica la relación social de asimetría existente entre hombres y mujeres; pero es necesario que estemos dispuestos a cuestionarnos primero que todo, puertas adentro, en nuestras relaciones cotidianas con nuestros pares y en el interior de nuestras familias. Pensar nuevos proyectos de sociedad implica pensar en dos ejes claves como lo son la división social del trabajo, y también la sexual. Esta idea desarrollaremos más acabadamente en otra columna.
[1] OIT. (2006) Trabajo decente y equidad de género en América Latina. Santiago: Oficina Internacional del Trabajo. Recuperado de http://www.oitchile.cl/pdf/igu026.pdf
[2] A modo de profundización en lo que tiene que ver con desnaturalizar las características socialmente atribuidas a hombres y mujeres, discutiremos en otra columna el concepto de “género” o de “sistema sexo-género”.
[3] SERNAM. (2010b). Igualdad: La profundidad de un proceso. Santiago: SERNAM; Todaro, R., Yáñez, S. (eds) (2004). El trabajo se transforma. Santiago: CEM ediciones; Uribe-Echeverría, V. (2008). Inequidades de género en el mercado laboral: el rol de la división sexual del trabajo. Cuaderno de Investigación N°35. Santiago: División de Estudios, Dirección del Trabajo; Valdés, X. (2007). Notas sobre la metamorfosis de la familia en Chile. En: Futuro de las familias y desafíos para las políticas públicas. Santiago: CEPAL; Valenzuela, J., Tironi, E. & Scully, T. editores. 2006. El eslabón perdido. Familia, modernización y bienestar en Chile. Taurus: Santiago de Chile; Valenzuela, M. E., Sánchez, S. (2012).Trabajo doméstico e identidad: Las trabajadoras domésticas remuneradas en Chile. En: Cárdenas, A. & Link, F. & Stillerman, J (eds). ¿Qué significa el trabajo hoy? Cambios y continuidades en una sociedad global. Santiago: Catalonia; Godoy, L. & Stechner, A.(2008). La experiencia de mujeres asalariadas en Santiago de Chile: sentidos del trabajo e identidades de género. En: Espinosa, B (coordinadora). Mundos del trabajo: pluralidad y transformaciones contemporáneas. Ecuador: FLACSO.
[4]Otro estudio del SERNAM establece que el 42% está de acuerdo con la idea de que “las mujeres que tienen un hijo de edad prescolar no deberían trabajar”, mientras el 48% promueve el trabajo con jornada parcial[4]. En la misma línea: “… un 63 por ciento está de acuerdo con la afirmación <<un niño en edad prescolar sufre si su madre trabaja>>; un 54 por ciento piensa que <<ser dueña de casa es tan gratificante como tener un trabajo remunerado>>; y finalmente, pero no menos sorprendente, un 43 por ciento opina que << la labor del hombre es ganar dinero, mientras que la labor de la mujer es cuidar el hogar y la familia>> (otro 15 por ciento está indeciso frente a esta afirmación).” [Valenzuela &Tironi&Scully, 2006: 194].
[5] Raymond, E. (2006). Mujeres y madres en un mundo moderno. Los discursos y las prácticas que conforman los patrones de maternidad en Santiago de Chile. (Tesis magistral). Pp.23. Recuperado de http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/raymond_e/sources/raymond_e.pdf
[6] Ídem.
[7] Ídem. Investigación realizada por Rodó, 2003 citado en Raymond, 2006: 24.
[8] Ídem.